lunes, 15 de abril de 2013

Encuentros

Cristina Rivera Garza escribió "Revisé periódicos de épocas anteriores tratando de hallar información sobre sus libros y su vida y, aunque no encontré mucho, leí con gusto algunas reseñas sobre sus colecciones de cuentos y otras más sobre su poesía. se hablaba ahí de un par de tomos atípicos que, a juzgar por los comentarios, causaron más desconcierto que gusto en el público. Se hablaba de la maldad, de lo fantástico, de lo ineludible. En esos escritos se le trataba con un ambivalente respeto, con distanciada y misteriosa admiración."  Yo hice lo mismo durante algún tiempo y, al parecer, tímidamente y de manera aislada, ahora, se habla otra vez de su obra. Sí, eso le dije cuando nos vimos por primera vez. Al principio fue complicado que nos pusiéramos de acuerdo para que me dejara visitarla, después accedió a que la cita fuera un viernes a las cinco de la tarde. Y ese viernes nos vimos. Hablamos poco. De su infancia en Pinos, Zacatecas y de la soledad que le llegó pronto, a los cinco años, cuando Luis Ángel, su hermano menor, murió. 
Y nos reunimos por segunda vez, esta vez la plática fue más amena, quizá porque ya se había dado cuenta que me movía la admiración por su obra. Le confesé mi gusto, casi devoción, por "Árboles petrificados", y es que hay tanto en ese cuento. Le mencioné, por ejemplo, algunos fragmentos como,  "Nos hemos buscado a tientas desde el otro lado del mundo, presintiéndonos en la soledad y el sueño. Aquí estamos. Reconociéndonos a través del cuerpo. Nos hemos quedado inmóviles, largo rato en silencio, uno al lado del otro" Le dije, al leerlo, ¿qué se puede decir? Cada vez que leo ese fragmento me quedo sin palabras.
Y es una historia triste, le dije, pero también hermosa por el amor que los personajes sienten y la pasión. Se siente el amor en ese cuento, la desolación y el dolor. El amor que está ahí, "Quisiera conocer contigo el mundo, quisiera entrar contigo en el sueño y despertar siempre a tu lado". O en "Después vendrá la tarde vacía como esas cuando no estás conmigo, cuando nos separamos y nos falta la mitad del cuerpo. . ." Me dijo que un gran amor se siente así y, en su caso, se escribe así. Le dije que entendía. Y sonreímos. 
Le pregunté por los árboles. ¿Por qué los árboles? Me respondió que por su permanencia y que quizá en otro momento volveríamos a hablar de eso. Mañana será la tercera reunión y me queda la certeza de saber que habrá más conversaciones y  las espero. Me ha dicho poco o quizá mucho. No tengo prisa.

Fuentes:
Rivera Garza, Cristina. La cresta de Ilión. México: Tusquets, 2002.
vila, Amparo. Cuentos reunidos. México: FCE, 2009. 

domingo, 14 de abril de 2013

Recuento literario

La literatura ha sido una larga y terca pasión amorosa en la cual he sido una amante inconstante pero no infiel, eso es lo que podría definirme. Digo esto porque todos me preguntan por qué ya no escribo y la respuesta es que en realidad no soy constante en mi escritura. Pienso, medito mucho mis preocupaciones y hasta que tengo algo que escribir, lo hago. Vivo mucho, por eso no escribo con frecuencia. Escribo de la realidad que para mí no es común y corriente. Sí, sé que han catalogado a mi obra como literatura fantástica pero yo escribo de la realidad y de sus dos caras, la que está sucediendo y la oscura, en la que no hay lógica, quizá por eso insisten en que mi literatura es fantástica. 
Usted me preguntaba acerca del año en que nací y fue en 1928, aunque Emmanuel Carballo haya mencionado que nací en 1923 porque así aparece en una antología, pero para mí no hay mayor problema con eso. Nací en Pinos, Zacatecas. Tuve dos hermanos, Leoncio y Luis Ángel. Yo soy la de en medio. A Leoncio no lo conocí porque murió al nacer, era mayor que yo. Luis Ángel murió de meningitis a los cuatro años. Yo tenía cinco años cuando él murió y a partir de ese momento me quedé muy sola, muy triste, muy enferma. Me refugié en la compañía de los gatos y los perros, quienes me han acompañado siempre.
El frío de Pinos y la fiebre impedían que saliera de la casa, entonces me refugiaba en la biblioteca de mi padre. Ahí, a través de la ventana, veía pasar las caravanas que llevaban a los muertos porque en ese tiempo no había cementerios y los enterraban en Pinos. Sí, veía pasar a la muerte y en eso me ocupaba. 
Yo no sabía leer pero juntaba palabras. Y en ese tiempo llegó a mis manos La divina comedia de Dante y me horroricé con los grabados de Doré: me espantaban los demonios con tridentes. No soportaba la oscuridad por ese temor a los demonios con tridentes.
La casa en donde vivíamos era la casa grande del pueblo y de ella la gente contaba muchas leyendas. Algunas veces vi a una mujer vestida de blanco que llevaba una vela encendida en la mano y a un hombre con una pierna de palo. 
Mi mamá padecía un insomnio crónico a causa de su estado nervioso y mi papá se dedicaba a sus negocios. En San Luis Potosí estudié la primaria y la secundaria. Y es cierto que estudié en un colegio religioso. 
Sí, como ya mencionó, en 1950 publicaron Salmos bajo la luna, mi primer poemario y al año siguiente con "Salmo de la ciudad transparente", un poema, gané un certamen literario convocado por la Sección 24 del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, de San Luis Potosí. En total escribí tres poemarios, Salmos bajo la luna (1950), Meditaciones a la orilla del sueño (1954) y Perfil de soledades (1954). También escribí cuatro libros de cuentos, Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964), Árboles petrificados (1971) y Con los ojos abiertos (2009), que contiene una crónica. Ah, sí, escribí "Apuntes para un ensayo autobiográfico" y se publicó en Pinos, en el 2005, en Barca de palabras.
Y bueno, sí, 1966 fue un año importante y difícil para mí porque falleció mi padre y también recibí la beca del Centro Mexicano de Escritores. Y en 1971 recibí el Premio Xavier Villaurrutia por Árboles petrificados. Conocí a Alfonso Reyes,  Julio Cortázar, Salvador Elizondo, José Agustín, Agustín Yáñez. Como mucha gente sabe, Alfonso Reyes fue y aún es una figura muy importante para mí, me guió, me ayudó, fue un gran amigo. 

La escritora y los escritores

Llegué, como casi nunca, diez minutos antes de la cita. Estaba nerviosa. Toqué el timbre. Me recibió una mujer delgada y me dijo que la señora Amparo me estaba esperando. Entré y la vi, estaba regando unas rosas blancas. Me saludó. Le respondí, me sentí observada, y descubrí que habían aparecido muchos gatos que se acercaron sólo para conocer a la visita. Amparo me dijo que siempre ha estado rodeada de gatos, yo lo sabía, y le dije que por suerte no lo olvidé al terminar de desayunar, cuando tomé la medicina para la alergia. Amparo dijo que entonces no era buena idea que platicáramos dentro de la casa porque los gatos estaban por todas partes. Le agradecí esa atención.
La miré detenidamente pero no tanto como para incomodarla. Sus ojos. Tuve que decirle que no podía evitar mencionar las palabras con las que Eve Gil la describió alguna vez, ". . . sus ojos de gato ámbar, cuyo brillo se acentuaba en la oscuridad y en el desvelo, sin embargo, retaban a las sombras". Le dije también que esas palabras eran muy acertadas porque todavía se podía ver eso en sus ojos. Le dio risa y me pidió que la ayudara a acomodar unas plantas. Me agradó ayudarla a cuidar su jardín, ya que es una de sus grandes pasiones. 
Le dije que quería conversar con ella sobre sus amigos escritores y le pareció buena idea. Ni siquiera me dio tiempo de hacerle una pregunta, al primero que mencionó fue a Alfonso Reyes, dijo que había sido muy importante para ella, que había sido su mentor, "fue para mí el Virgilio que de la mano me llevó a través de los círculos literarios". Habló de cuando lo conoció en San Luis Potosí porque él había ido a impartir un curso de invierno. Dijo que fue afortunada porque lo presentaron al grupo de escritores en el que ella estaba. Platicó con él y él le dijo que cuando fuera a la Ciudad de México los buscará a su esposa Manuelita y a él. Y así lo hizo. Trabajó con él durante tres años, fue su  secretaria. Mencionó que él sabía acerca sus miedos y de las pesadillas que constantemente padecía, por eso la llevó con, su amigo, el psiquiatra Federico Pascual del Roncal para que pudiera superar sus miedos. Y que, efectivamente, la ayudó con la mayoría de sus miedos, sobre todo con el miedo a la oscuridad. Recordó que Alfonso Reyes la entregó el día de su boda con el pintor Pedro Coronel.
Le pregunté por su amistad con Julio Cortázar y  me dijo que lo recordaba mucho por todo lo que los unía como, la pasión por el jazz, por los gatos y los cuentos. Mencionó que él le decía que sus cuentos tenían mucho en común con los de Edgar Allan Poe y que ella le respondió que no había podido leerlo porque cuando lo intentaba se enfermaba de colitis. Dijo también que él insistía en que debía leerlos y le regaló la traducción que hizo. 
Le pregunté por José Agustín y Salvador Elizondo, y sólo dijo que después de la muerte de su padre estuvo muy deprimida y que cuando convivía con ellos, en el Centro Mexicano de Escritores, le sugerían que fumara un cigarro de mota y que con eso se acabaría su depresión, pero dijo que no les hizo caso y con el tiempo se recuperó. 
Le dije que sus ojos eran muy bonitos, las fotos no mentían como tampoco lo hacía el verlos de frente, y se lo dije porque también Cristina Rivera Garza había escrito sobre ellos. "Recuerdo, sobre todo, sus ojos. Estrellas suspendidas dentro del rostro devastador de un gato. Sus ojos eran enormes, tan vastos que, como si se tratara de espejos, lograban crear un efecto de expansión a su alrededor."  Le pregunté si la conocía. Me dijo que no pero que había leído La cresta de Ilión y que no le había gustado cómo la había presentado pero que la ficción todo lo permite y que la amistad que las palabras ofrecen es de las mejores cosas que la literatura tiene.

Fuentes:

Rivera Garza, Cristina. La cresta de Ilión. México: Tusquets, 2002.




http://www.youtube.com/watch?v=w9cH5sI8ZPY
http://octavioat.blogspot.mx/2008/02/entrevista-con-amparo-dvila.html
http://www.mundopoesia.com/foros/showthread.php?t=168959